Santiago de Chile es una ciudad altamente segregada y desigual respecto de las condiciones socioeconómicas de los hogares, el acceso a servicios e infraestructura urbana y también del porcentaje de cobertura vegetal o zonas verdes. Respecto de esto último, estudios recientes indican que las comunas de mayores ingresos son las que poseen mayor superficie de áreas verdes por habitante, lo que no solo tiene impactos positivos en la configuración del paisaje y las oportunidades para realizar actividades al aire libre, sino que las áreas verdes ayudan también a regular la temperatura de las ciudades, limitando las llamadas “islas de calor” y reduciendo los efectos de las olas de calor que se hacen cada vez más frecuentes en la zona central del país. Analicemos brevemente esto en el contexto de los episodios de altas temperaturas que tuvimos la última semana en la ciudad de Santiago.
Entre el 9 y el 16 de noviembre tuvimos nuestra primera ola de calor de la temporada y durante cinco días la temperatura rondó los 30ºC. Gracias al sistema de monitoreo del Minvu (RENAM), logramos identificar que en dicha semana las temperaturas máximas de Renca estuvieron siempre sobre los 33ºC, mientras que en Vitacura solo cerca de los 27ºC. Esto no debiera sorprendernos, pues, mientras las áreas verdes disponibles en Renca suman 17,8 metros cuadrados per cápita (incluyendo toda el área del cerro Renca), en Vitacura la cifra alcanza los 56,2 metros cuadrados. Este es solo en ejemplo de disparidad entre comunas “ricas” y “pobres” de nuestra ciudad.
La situación anterior resulta preocupante al largo plazo, pues en investigaciones llevadas a cabo en el (CR)2 hemos constatado que las olas de calor serán cada vez más frecuentes en el país. Así, al proyectar estos fenómenos en las ciudades de la zona centro sur del Valle Central, considerando la posible evolución durante el siglo XXI, se visualiza que los días con temperaturas sobre 30ºC se podrían triplicar hacia el fin del presente siglo (desde 8% hasta 28%).
Ante las olas de calor, la población más vulnerable son niños, enfermos y personas de la tercera edad. Respecto de este último grupo, y en el contexto de las proyecciones anteriores, se debe considerar que todos los indicadores muestran que estamos envejeciendo como población y que, a mediados del presente siglo, el porcentaje de la población mayor será cercano al 25%. Por tanto, cada vez tendremos a más personas mayores expuestas a olas de calor, las cuales ocurrirán con mayor frecuencia.
Vale la pena preguntarse entonces: ¿cómo es la calidad de las viviendas (aislación térmica) de las personas mayores?, ¿qué servicios de salud tendremos disponibles para enfrentar las complicaciones relacionadas con las altas temperaturas?, ¿qué características tienen los barrios para reducir las islas de calor?, ¿cuántos contaremos con los recursos económicos para comprar equipos de aire acondicionado y, al mismo tiempo, pagar los costos de energía que involucran? En el contexto de la discusión sobre las pensiones, la calidad del sistema de salud y la segregación de la ciudad, problematizar la “pobreza energética” que probablemente enfrentará una parte importante de nuestra población se vuelve un tema clave.
En este contexto, tendremos que evaluar a futuro si es que artefactos como los ventiladores eléctricos o los equipos de aire acondicionado domiciliario deberían ser considerados en la canasta familiar de algunas ciudades y el modo en que estos impactan en la calidad de vida de las personas mayores, considerando la desigual capacidad económica de la población. Por otra parte, no podemos dejar de considerar que el aumento de consumo de aire acondicionado no está exento de efectos colaterales, porque, además de ser altamente desigual su acceso (aparatos y costo de energía), se sospecha que su uso intensivo podría implicar un aumento de las islas de calor, debido al efecto que produce su funcionamiento en el entorno inmediato.
Ante problemas complejos como este, se requiere una mirada integral que articule disciplinas, especialidades, políticas públicas y servicios públicos. Se trata, sin duda, de un problema grave que requiere inversiones en el largo plazo. Por esto, debemos subrayar su urgencia para no poner en riesgo a una importante población vulnerable a nivel nacional y evitar lamentar consecuencias que bien pudieron advertirse con suficiente anticipación.
Tendremos que evaluar a futuro si es que artefactos como los ventiladores eléctricos o los equipos de aire acondicionado domiciliario deberían ser considerados en la canasta familiar de algunas ciudades y el modo en que estos impactan en la calidad de vida de las personas mayores, considerando la desigual capacidad económica de la población. Por otra parte, no podemos dejar de considerar que el aumento de consumo de aire acondicionado no está exento de efectos colaterales, porque, además de ser altamente desigual su acceso (aparatos y costo de energía), se sospecha que su uso intensivo podría implicar un aumento de las islas de calor, debido al efecto que produce su funcionamiento en el entorno inmediato.