Por Roxana Bórquez, Julián Cortés y Paz Araya.
Como todos los años, las y los ciudadanos del mundo nos sumamos a “La hora del planeta”. Éste es un llamado y acción global que convoca a apagar la luz y todos los artefactos electrónicos durante una hora, el 27 de marzo, entre 20:30 y 21:30. Cada año, esta acción conlleva al debate respecto del impacto de las acciones puntuales o individuales, y su beneficio real para el planeta. Si ahondamos un poco, la acción de apagar la luz no es antojadiza, puesto que, la energía —en su más amplio sentido— es el mayor contribuyente de gases de efecto invernadero a nivel mundial. Así, el acto simbólico de “apagar la luz” busca que reflexionemos respecto al modelo de desarrollo que tenemos, sobre el que queremos tener y, particularmente, en cómo podemos generar las condiciones para avanzar hacia una economía baja en carbono. En esto, la energía cumple un rol clave.
La hora del planeta no es una mera acción de carácter comunicativo, es una acción que mediante la oscuridad y la paralización busca que tomemos conciencia respecto de la necesidad y urgencia de esfuerzos para una transición energética hacia fuentes de energías más limpias. Asimismo, debemos ser claros en que la transición no es sólo sinónimo de energías renovables y limpias, es también una transformación del paradigma energético, es una crítica a los modelos de desarrollo que han priorizado los rendimientos económicos en desmedro de las comunidades locales, relegadas como costos de transacción y/o (per)zonas de sacrificio.
Chile es un país desigual, pero eso no significa que tengamos que seguir siéndolo. La pandemia hizo aun más visibles esas desigualdades. El estallido social ha puesto de manifiesto una necesidad imperiosa de cambios profundos, de nuevos acuerdos colectivos donde esta vez seamos todos partícipes. Así, se hace perentorio concebir el desarrollo energético del país desde una nueva óptica respecto a los desafíos que impondrá el cambio climático y sus consecuencias socio-naturales.
En Chile tenemos la oportunidad histórica de ponernos a escribir una nueva constitución que enmarcará el país que anhelamos y cómo queremos seguir construyéndolo. Las definiciones que acordemos delinearán no solo el desarrollo económico, sino que social, político y cultural, el rol del Estado y de cada uno de los habitantes del país. Por lo tanto, creemos fundamental que este debate considere a la energía como derecho humano para avanzar en una transición energética justa, garantizando el acceso equitativo a los servicios energéticos de calidad, donde la justicia ambiental, territorial e intergeneracional, además del derecho a una vivienda digna y adecuada sean sus bases fundamentales.
Escribir estas líneas sobre “La hora del planeta” nos recuerda también que somos unos privilegiados por contar con energía para hacer funcionar nuestros equipos electrónicos, iluminarnos, para calentarnos e incluso para refrescarnos. Pero no debemos olvidar que muchos habitantes del país no cuentan con ese privilegio, que no pueden acceder a plataformas digitales para educarse, que pasan inviernos fríos, que usan combustibles contaminantes en sus hogares, no tienen la posibilidad de refrigerar sus alimentos, o viven en zonas contaminadas por la generación de energía. Por ellos y con ellos, debemos escribir nuestra carta magna.
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