Por Claudia Fuentes
En los últimos años, el país ha entrado en una fase en donde las políticas públicas vinculadas al cambio climático y las transiciones energéticas se vuelven cada vez más importantes. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta búsqueda e implementación de políticas públicas enfocadas en el logro de la ‘sustentabilidad’ (en su noción tradicional) puede entrar en tensión con el logro de los objetivos de justicia social que día a día son más demandados por las comunidades a nivel local y global.
Políticas de transición energética rápidas y agresivas corren el riesgo de no ser sensibles temporal y procedimentalmente para incluir en la toma de decisiones a tod@s l@s actores involucrad@s en los procesos de cierre de industrias, cambios tecnológicos y normativos o en la promoción de nuevos emprendimientos verdes. De la misma forma, una política de transición energética sin perspectiva de justicia corre el riesgo de no considerar las condiciones de vulnerabilidad estructural de ciertas poblaciones y comunidades.
Para poder hablar de una transición energética justa, se deben tener en cuenta, entre otros elementos, las realidades y complejidades de las desigualdades de género. Con ello, el ‘no sin mujeres’ toma relevancia para visibilizar la discriminación que sufrimos las mujeres en el sector energético a nivel doméstico, laboral y territorial; que, en la otra cara de la moneda implica una limitación del debate, el cual excluye a la mitad de la población que además es la más vulnerable a los efectos del cambio climático y la contaminación intra y extradomiciliaria asociada a la energía.
Desde un primer ámbito, las viviendas juegan un rol fundamental en mostrar los vínculos cotidianos que existen entre mujeres y energía. Cuando las casas son frías, los electrodomésticos inseguros, los combustibles para cocinar y calefaccionar contaminantes, entre otros, estamos ante la “pobreza energética” y, tal como ocurre con otras pobrezas, no es raro ver en ella el rostro de miles de mujeres que, día tras día, dedican parte importante de su tiempo a labores domésticas no remuneradas que las exponen constantemente al deterioro de salud y accidentes caseros vinculados a la energía.
Por otro lado, la instalación de industrias energéticas como las termoeléctricas a carbón, genera contaminación que también daña la salud humana; y si bien las enfermedades afectan a la población en general, lo hacen con mayor frecuencia en mujeres embarazadas, niños, niñas y personas mayores. De esta forma, las mujeres se encuentran afectadas no solo por las enfermedades que ellas pueden sufrir, sino que por las labores de cuidado que suelen realizar en estos grupos vulnerables; esta situación es una de las razones por las que en numerosas ocasiones agrupaciones lideradas por mujeres han salido a denunciar procesos industriales contaminantes vinculados a la producción de energía.
Otra arista no menor, es que aún se suele pensar que las mujeres no tienen cualidades para el desarrollo de la ciencia y las tecnologías, lo que repercute en un sinfín de brechas digitales y tecnológicas. De hecho, este estereotipo sexista ha implicado que, a nivel laboral, según estudios del Ministerio de Energía, la fuerza laboral femenina en el sector sólo alcanza un 23%. Además, las mujeres del sector ganan un 24% menos que los hombres y ocupan sólo el 18% del total de cargos gerenciales.
En este nuevo Chile que queremos construir, es necesario evidenciar y enfrentar la exclusión de las mujeres como usuarias, sujetas políticas de resistencia ante proyectos energéticos y sujetas que participan en el mercado laboral de la energía. Para ello, las brechas de género, que hemos mencionado anteriormente, deben ser superadas, para permitir el avance hacia sociedades sustentables más justas e inclusivas.
El rol de las mujeres en la planificación energética debe ser relevado, reconociendo sus necesidades e intereses en la toma de decisiones, y destacando el rol de las mujeres como agentes de transformación en la sociedad.
Es urgente crear más y mejores oportunidades para mujeres en la fuerza laboral del sector energético, que es altamente masculinizada, sobre todo en cargos directivos. Por otro lado, es necesario hacer hincapié en la visibilización de la dimensión doméstica y cotidiana de la energía, que suele ser de interés para las mujeres, sin embargo, en su mayoría los proyectos sobre capacitaciones en energía o recambios tecnológicos se piensan respecto de un receptor o usuario hombre.
Respecto a la promoción de nuevos proyectos de energías renovables, se considera como desafío incorporar elementos interculturales en el abordaje de los problemas de género, considerando los contextos específicos de comunidades rurales y/o indígenas o los diferentes sectores urbanos, así como también los desafíos asociados al reconocimiento e inclusión de las diversidades sexuales.
Hoy, se requiere un cambio cultural para re-equilibrar los roles de género respecto de las tareas socialmente asignadas, además de plantar cara frente a situaciones patriarcales que ocurren en el sector energético. Lo anterior, nos permitirá acercarnos hacia un sistema energético con más participación de la ciudadanía, más democrático en el acceso y gestión de la energía, en donde encontremos una economía que ponga en el centro el cuidado de la vida y el valor del trabajo reproductivo. Solo así se abrirán oportunidades para generar transiciones energéticas justas que nos permitan abordar los problemas de contaminación local, el cambio climático y avanzar en la tan ansiada sustentabilidad.
Claudia Fuentes, Encargada de Proyecto de Descarbonización de Fundación Chile Sustentable. Ingeniera en Recursos Naturales Renovables y estudiante del Master Governance of Risk and Resources. Integrante de la Red Ecofeminista por la Transición Energética y de la Red de Pobreza Energética.